martes, 28 de febrero de 2012

Porque los grandes merecen ser recordados

¿Dónde y cuándo nace el cine? Muchos diríamos que con los hermanos Lumière en Francia; también podríamos preguntarnos: ya pero, ¿qué se considera cine? Para contestar a ello, podríamos estar deliberando horas y escribir parrafadas llenas de inconcluencias, afirmaciones coherentes otras menos; autores que dicen x, otros que dicen y... siempre desde el subjetivismo por muchas evidencias históricas que hayan.


Porque sí, porque según cómo se mire, podemos dar respuesta a esas preguntas. Por ejemplo: para los Lumière, tras patentar el cinematógrafo, visionar un grupo de gente salir de una fábrica (algo normal, cotidiano y rutinario), se convertía en todo un espectáculo: no se conocía otra cosa. Supongo que sabrán de aquella anécdota del visionado de una de sus películas de un tren que pasaba a tal velocidad desde un encuadre estratégico, que la gente gritó asustada por miedo a que impactase contra ellos. A eso me refiero: qué maravilloso e importante fue aquel momento. Después llegó Edison. Sí, hizo películas; sus películas ya eran consideradas "productos" pues así lo veía: un negocio, un espectáculo; se visionaban combates de boxeo, operaciones de cirugía de la época... apelación al morbo en toda regla.


George Meliès, un prestidigitador de éxito por otra parte, decidió añadir un elemento que sin duda marcó la diferencia hasta el momento: los sueños. Cualquiera de sus pequeñas películas se desarrolla en ambientes que sólo podrían existir en nuestra imaginación, en nuestro subconsciente, en nuestros sueños. Con un trabajo elaboradísimo, Meliès junto con su equipo, coloreaban los celuloides uno a uno, esto es, "frame a frame" (fotograma a fotograma, digamos), aportándole ese aire de misterio, magia y personalidad, que nadie le había dado hasta ahora al cine. El propio Meliès participaba como director, decorador, maquillador e incluso actor, y sólo a través de su extraordinaria personalidad vemos consolidada una marca propia.

Un mago, un cineasta al fin y al cabo, brillante, al que Martin Scorsese rinde un tributo magnífico en La invención de Hugo Cabret, que pese a haberse llevado únicamente Oscars de categorías técnicas, es una película de las que no deja indiferente, sobre todo a los del gremio y amantes del cine y sus orígenes. La historia cuenta cómo Hugo Cabret, aficionado a arreglar cosas, cumple con la promesa que le hizo su padre antes de morir: reparar un viejo autómata encontrado en un museo. Su esfuerzo por arreglarlo, le llevará a toparse con el mismísimo Meliès (interpretado por un estupendo Ben Kingsley).


A través de este film, Scorsese plasma con maestría encantadores personajes que se mueven con gracia y soltura únicamente entre dos decorados: la casa del señor Meliès y la estación de trenes de París; ambos, conforman un ambiente que traslada a uno a la mismísima capital francesa con gran facilidad y sin esfuerzo. El resultado es impecable. Muy bien merecidas pues sus 5 estatuillas entre las que se encuentran dirección artística o efectos visuales, en los que Scorsese hace un trabajo bravísimo. Este año The Artist ha pisado fuerte y sin duda, este film era el único que podía hacerle sombra.



Un trabajo que cautiva tanto a adultos como a jóvenes, puesto que nos traslada hasta el mundo de Meliès donde la imaginación y los sueños son los protagonistas; eso sí, con un toque Scorsese ineludible, el cual ha sabido desenvolverse en un género al que nos tiene poco acostumbrados, (aunque los maestros trabajan bien en cualquier género). Misterio, aventura, magia, ternura y el poder de los sueños se unen en esta cinta para reivindicar la importancia del séptimo arte y uno de sus grandes precursores.

Porque los grandes merecen ser recordados.



Os dejo la mítica película de Le voyage dans la lune (1) y The Conjuror (1899) (2)

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