Quien iba a
decirle a la sociedad de los años 60 que un negro llegaría a ocupar la Casa
Blanca en un futuro muy próximo. Para nosotros eso hoy en día es una realidad
con la que vivimos y aceptamos sin problemas; sin embargo y muy a nuestro
pesar, a muchos otros les afectó de forma negativa y aún sigue siendo así: los
prejuicios son los sentimientos más perecederos en el ser humano. Así nos lo
cuentan en Adivina quien viene a cenar
esta noche.
- Año: 1967
- Duración: 108 minutos
- Director: Stanley Kramer
- Guión: William Rose
- Música: Frank DeVol
- Fotografía: Sam Leavitt
- Reparto: Spencer Tracy, Sidney Poitier, Katharine Hepburn, Katharine Houghton, Cecil Kellaway, Beah Richards, Roy Glenn, Isabel Sandford, Virginia Christie, Alexandra Hay, Barbara Randolph
Tal y como le pasaba a Matt Drayton (Spencer Tracy), el padre y principal afectado de la película. Este caballero tiene que afrontar en un mismo día la noticia de que su hija se ha enamorado, se va a casar, se marcha con él y que además, es negro. Nunca podríamos imaginar que en un individuo de su condición, liberal hasta la médula y ateo sin remedio, pudieran florecer tales prejuicios. Parece que ansía la felicidad de su hija, pero no de ese modo. Al contrario que su esposa. Christina Drayton (Hepburn), una mujer formada, con carácter y de inteligencia desbordante, tampoco esconde su asombro ante la noticia, sin embargo, poco tarda en deshacerse de esos tapujos que admite, no le dejan ver la realidad: su hija está realmente enamorada y eso es lo que importa.
Isabel Sandford como Tillie, la criada. |
Porque John
Prentice, el pretendiente en cuestión, no era ninguna persona de la que debería
esperarse algo malo: un hombre importante, muy formado y con ideas y
convicciones muy claras; así nos lo hace saber la enamorada y así lo aprecian
todos desde el primer instante en el que entablan conversación con él. Cauteloso
y respetuoso en las decisiones que toma, plantea a los patriarcas lo que supone
el dilema principal de la película: que sólo se casará con su hija si ellos lo
aceptan sin ninguna objeción. A partir de este momento el peso de esta historia
recae sin duda en el padre, que se debate entre lo que puede ser la decisión
correcta o incorrecta, la mejor o peor para su hija. Un personaje que incluso
el espectador podría tachar de hipócrita al no aceptar una situación que en
base a sus ideas liberales no debería siquiera considerar. Un personaje que
incluso es rechazado por sus más allegados por no secundar la decisión de su
hija. Vemos un hombre cegado por sus prejuicios, pues ellos son el clavo
ardiendo al que se aferra con tal de esconder su verdadero miedo: su miedo a
las consecuencias de esa decisión, su miedo al futuro de su hija, su miedo a
desprenderse de su pequeña que se casa, les deja y forma su propia vida.
Porque al fin y
al cabo, no tiene miedo de la persona con la que se casa su hija, ni del color
de su piel, sino de las personas que como él, puedan ser incapaces de ver que
lo que prevalece sobre el color, son los sentimientos; porque al fin y al cabo,
el miedo es el sentimiento más común entre las personas. Porque eso es de lo
que trata realmente esta historia: que los prejuicios no son los protagonistas
de las actitudes y reacciones de los personajes, sino los miedos, los miedos
que se esconden bajo la tendencia racista. Miedo de lo que supondría una
decisión de tal calibre para su hija, pues como bien se afirma en el film
“ellos son los que cambiarán el mundo y lo harán un lugar mejor”. Pues al fin y
al cabo en palabras de Matt Drayton: “solo os diferencia un pequeño problema de
pigmentación”.